miércoles, 9 de julio de 2008


Hacia una comprensión ampliada de la moralidad
La moralidad implica indefectiblemente una elección; los saberes, creencias y valores que la constituyen orientan nuestra acción, y definen un estilo de vida. Esta estructura moral se va construyendo y desarrollando a partir de disposiciones cognitivas del sujeto y en la interacción con el contexto socio-cultural.


Ahora bien, como ha manifestado Piaget, cabría postular la existencia de dos tipos de moral. Una, denominada heterónoma, porque las normas son en este caso exteriores al sujeto y éste las incorpora por relación de sumisión a la autoridad. (En la escuela, por ejemplo, el profesor es el representante del orden y la autoridad, el cual se le impone al alumno.)
La otra, la moral autónoma, nace de la reflexión y las prácticas cooperativas. En el ejercicio de tareas conjuntas es donde los sujetos necesitan regular sus acciones para la convivencia y construyen sus propias normas morales de acción. Para que ello ocurra, el docente y la escuela deben crear las condiciones propicias para que los alumnos puedan construir referencias comunes en el plano de los valores y las prácticas que los hacen realidad.


Señala Piaget “la moral no puede constituir una materia de enseñanza como otra cualquiera, sino que consiste en un espíritu que debe penetrar toda la educación” (Delval, 1995:51). En este sentido, la estructura curricular, la propuesta didáctica y los estilos de enseñanza deben posibilitar a los alumnos extraer enseñanzas morales mediante la participación en la toma de decisiones en una organización democrática.

Lo que aquí nos proponemos es pensar la escuela, tal como lo hace Gentili (2000), como una agencia moral fundamental, ya que en ella no sólo se aprenden valores, normas y derechos sino que también se ponen en práctica. Esto ocurre porque tanto los educadores como los alumnos son sujetos morales y las prácticas que allí se desarrollan forman y marcan la dimensión moral de su subjetividad.

Ahora bien, cuando hablamos de formación moral en la escuela debemos saber que no son los contenidos (aislados o en un espacio curricular específico) los que definen esta función. Las formas y procedimientos institucionales construyen una moralidad que los alumnos vivencian e incorporan en sus pautas de conducta.

Desde esta perspectiva, es fundamental poder reflexionar sobre la potencialidad moral de nuestras acciones docentes, reconocer especialmente aquellos modelos actitudinales y valorativos que operan de manera implícita en nuestras clases. Vale decir, recuperar para la reflexión conjunta (entre profesionales) aquellas prácticas escolares que habitualmente no son objeto de análisis y que indudablemente comunican pautas morales.
Nos referimos puntualmente a los actos y ceremonias escolares, las sanciones, los reglamentos, los comentarios espontáneos, en suma, el aula, en su dimensión material cuanto simbólica. Pues si lo que ambicionamos es formar alumnos reflexivos, capaces de definir autónomamente su identidad moral, las tramas institucionales deben mostrarse congruentes con dicha expectativa.
El modo de transmitir los valores que serán compartidos por todos ha de ser contrario al adoctrinamiento o la inculcación, modalidades usuales en la educación moral tradicional. En cambio, se ha de pretender que los estudiantes incorporen esos valores de manera consciente, reconociendo la necesidad de comprometerse con ellos para su defensa.

Estamos convencidas de que la verdadera formación ética supone la gestión de espacios educativos en los cuales los sujetos sean capaces de cuestionar, pensar, asumir y también criticar los valores, derechos o normas morales de la sociedad. Y que la escuela debe brindar herramientas para que los alumnos sean capaces de elaborar juicios morales acerca de la realidad en la que viven y generar el compromiso para la construcción de proyectos comunes dentro del marco que ofrece la vida en democracia.

Bibliografía:


Delval, J.: (1995) Los fines de la educación, Buenos Aires, Siglo XXI.
Gentili, P.: (2000) Códigos para la ciudadanía. La formación ética como práctica de la libertad, Buenos Aires, Santillana.
Jackson, Ph.: (2001) La vida en las aulas, Madrid, Morata.
___________ y otros: (2003) La vida moral en la escuela, Buenos Aires, Amorrortu.

ESCUELA Y MORALIDAD


Con el presente weblog proponemos a los docentes ensayar una mirada, entre otras posibles, respecto de la vida moral de las aulas. Un recorrido de lecturas valioso que de ninguna manera pretende constituirse en método para la enseñanza.


La preocupación por motorizar cambios en la educación se ha ceñido regularmente a temas de gestión institucional o afines a la currícula (básicamente a la selección de los contenidos a ser enseñados en las clases), soslayando la referencia a las prácticas de aula, al tratamiento ‘moral’ de los contenidos en la clase.


Atender al diálogo en la enseñanza y el aprendizaje haría posible un corrimiento respecto de las preocupaciones clásicas: ‘del qué aprenden nuestros alumnos al cómo lo aprenden’, ‘del qué se enseña en las clases al cómo se lo enseña’, en otras palabras, ‘del contenido a la forma’. Porque resulta que la forma es también contenido. Vale decir que en nuestras clases se enseña lengua, ciencia o ética, pero se enseña también un modo de apropiarse de los contenidos de la lengua, de la ciencia y la ética.
Invitamos a los docentes a participar de la propuesta enviando sus primeros comentarios.